martes, 29 de noviembre de 2011

El parpadeo del adiós

"Tú y yo nos fundimos el uno en el otro gracias a las frases. Quedamos ribeteados de niebla. Formamos un territorio sin sustancia… Estoy limitada a palabras sueltas. Pero tú puedes alejarte, te escapas, te elevas más alto, con las palabras en frases."
Virginia Woolf, Las olas
Romeo, Romeo, Romeo, Romeo… ¿Cuántos Romeos aparecen en la memoria de quién canta con la garganta enarenada? Quien descubre en la pasión de un amor romántico el impulso para la creación de un mundo nuevo, no encuentra más destino que la desilusión.
“…Que grande ha sido nuestro amor y sin embargo, ¡ay! mira lo que quedó”, canta la Varela en el minicomponente que hace sonar los discos que aún compro en una pequeña disquería que visitan algunos viejos de la calle Belgrano. Y es ese tono del tango el que compone la fuerza para gritar con la furia del alma despechada, entonces tu amor visita mis recuerdos y yo despojo a tus semblantes de grandeza.
El sol acaricia las pestañas de una mujer que repite su pregunta. El hombre de rostro triste se aleja entre las sombras de los álamos, mientras susurra con lentitud alguna idea que sólo comprende la mujer que lo despide entre los árboles del parque. “Las olas nos cubren” “Las olas nos cubren” “Las olas nos cubren”… repite, repite sin aliento las palabras de Virginia Woolf mientras gira sobre sus pies sin decir adiós. Extraños asuntos del amor se alejan de los oídos de aquella mujer así como escapa de sus ojos la sombra entre los álamos. Lejana, lo despide, junto a los árboles del parque.  

En este relato existen dos mujeres y un fantasma: un yo que viaja, una mujer aquella y un hombre triste.  

En mi mesa se desparraman los granos del café más sobrio, se escucha el desliz de mi lápiz sobre las hojas de la ya añeja edición de Las olas y mis pensamientos acercan a estos tiempos a aquel hombre que se aleja de la mujer en el parque.

Un yo que es una Julieta decidida a dejar de inventar Romeos. Dejá que nombre las sensaciones que reclaman al poeta un verso antiguo, tomá mi cintura para que la sientas volar con el movimiento de los vientos del sur. Esta noche, en las ilusiones de este yo, aparecen los brazos, los suyos y los de algún perdido invento, que desarman un abrazo de promesas. Así convierte su sueño en el heroico acto del final.

Sino existieran asuntos que escaparan a la razón, el aburrimiento inundaría un mundo mudo, por eso esta Julieta sin Romeo inventaba amores, pero esta noche que promete una tormenta, sin Romeos, deshace ilusiones entre las páginas de una novela antigua.
Cuando el amor estalla sobre la lejanía, un signo desaparece para permitir que suenen, como pequeños ecos de cuerdas, nuevos movimientos del cuerpo que abandona. Ante el fin no aparecen repuestas sino las certezas incomprensibles que se hacen cuerpo en la última madrugada de noviembre. Con algo de desilusión el interrogante produce los efectos del fin. Olvidar un amor es olvidar una pregunta.
 “Linda y Fatal…Loca reías por no llorar.” sigue cantando la gata, con furia y desgarro, mientras cierro el libro y abro la ventana… sino existiera la luz, esta luna podría iluminar la ciudad entera, sin embargo, un pequeño velador tiñe las hojas de naranja y conecta mi cuerpo con una realidad de otro tiempo.
En este relato existen dos mujeres y un fantasma: un yo que viaja, una mujer aquella y un hombre triste. Este yo deja caer el peso del mundo sobre la almohada y las vueltas del insomnio asustan su rostro cansado mientras el olvido juega en la esfera de la caída.
A estas palabras les falta amor porque son dichas por las sensaciones de un espíritu que abandona, sin querer, al hombre triste. Prometedoras tormentas se anuncian con la oscuridad del enigma. Y yo, pequeño hombrecito, ya no te detesto.
Mientras aquella ella despide a su hombre triste entre las sombras de los álamos, este yo le canta el tango del adiós a un pequeño hombrecito que se pierde en el universo de la memoria.  ¿Quién es el hombre triste, quién es este pequeño hombrecito, sino aquellos Romeos que algunas Julietas deciden inventar para hacer del mundo un universo más preciado?
Ese otro que existió en la cercanía del amor más puro, desaparece entre las sombras para convertirse en un extraño. El cielo se cansó del mar y las hojas de los álamos vuelan con los vientos del sur. Un relato inconcluso, como un amor que se olvida, se asemeja a los paisajes de un campo seco en primavera.